lunes, agosto 15, 2011
¿Qué significado tiene la crisis en la educación?
¿Qué significado tiene la crisis de la educación? Un aporte a la discusión
Las demandas de los estudiantes plantean un problema que no tendrá pronta solución, como muchas veces deseamos, pero reflexionar y dialogar sobre ello es algo que no podemos dejar de hacer. Por Pablo Iriarte Bustos. Sociólogo UC.
Todas las sociedades han tenido la obligación de sacrificar. El sacrificio aparece siempre vinculado al tributo, a la necesidad de ofrendar algo de sumo valor para, por un lado, posibilitar el consumo social del resto de los bienes producidos y, por otro, asegurar la inserción de lo humano en un orden natural permanentemente violentado por el trabajo productivo. Como decía G. Bataille, en las sociedades antiguas sacrificar no es matar, sino dar y abandonar. En ellas podemos rastrear la evolución de la práctica sacrificial desde la inmolación de humanos, de animales y productos alimenticios hasta la sustitución de la víctima por la creación del dinero en la forma de monedas acuñadas en los templos. Lo que en dichas sociedades caracterizaba la práctica sacrificial era que ésta se realizaba colectivamente. Era la sociedad en su conjunto quien cargaba con el peso de generar un excedente que sería suntuariamente destruido con el fin de liberar el resto de los valores para el consumo de la comunidad.
Sin embargo, a través de la historia ha operado un cambio fundamental en la forma y el sentido del sacrificio. De manera creciente éste fue privatizándose y dejó de tener su sentido en el abandonar. Actualmente es lugar común en nuestro lenguaje hablar de los sacrificios personales que se deben hacer para conseguir productos y servicios futuros. Los esfuerzos económicos personales son ahora entendidos como un sacrificio y, complementariamente, el sacrificio personal de unos es la ganancia de otros.
Más allá de que observemos una mayor o menor secularización de las creencias religiosas explícitas en torno a la función trascendental del sacrificio, resulta evidente que éste no ha dejado de realizarse, pero su cambio ha sido el pasar desde un esfuerzo colectivo por realizarlo a un esfuerzo individual por soportarlo. La crisis actual de la educación ha puesto esto de manifiesto. Los estudiantes y sus familias han planteado explícitamente el problema ¿qué sentido tiene para un joven estudiante acceder a la educación superior si tendrá que adquirir una abultada deuda personal a futuro? La misma pregunta acosa a las familias cuyos hijos cursan la educación primaria y secundaria. Lo más preocupante resulta ser que quienes se educan gratuitamente en escuelas públicas, si bien no adquieren deuda, ponen en riesgo sus posibilidades de desarrollo futuro producto de la reconocida desestructuración de muchas de estas instituciones. La semántica que identifica la educación con una inversión con retornos que superan con creces el costo de la deuda adquirida no hacen sino explicitar la experiencia de que educarse tiene la forma de una pequeña empresa privada y no de un fenómeno colectivo. Según parece, eso es precisamente lo que está en discusión, ¿es la educación una aventura de emprendimiento personal, en el mejor de los casos familiar, o constituye un espacio eminentemente social que debe quedar fuera de la lógica del sacrificio individual?
Por todos es sabido que en la sociedad existen espacios privilegiados de socialización y de transmisión de la cultura: la familia, la escuela, el barrio. Entonces, parece ser que la protesta en contra de la carga creciente que significa educarse es una protesta en contra de la individualización de un espacio necesario para generar el vínculo social. Si dichos espacios pierden su capacidad vinculante los miembros de la sociedad pierden la capacidad de reconocerse y se acelera su proceso de fragmentación. Los estudiantes tienen razón al reivindicar una “educación pública y de calidad” ya que con ello exigen un espacio social de aprendizaje en el cual puedan encontrarse los hijos de distintos grupos sociales, con la expectativa de una integración que opere inter-generacionalmente. Esta es, sin duda, una forma de reclamar el fortalecimiento del vínculo social que no sólo apela al sistema público sino también a las organizaciones de educación confesional y a las privadas sin fines de lucro.
En el fondo, la situación actual plantea una discusión respecto a la posibilidad misma de la sociedad: si ya no es el trabajo colectivo en torno al sacrificio lo que genera la auto-afirmación de la sociedad, grupos cada vez más amplios de ésta exigen que se aseguren espacios comunes de sociabilidad que no estén sometidos a las presiones de la capitalización individual de oportunidades sino a una cierta lógica de solidaridad colectiva que genere la auto-afirmación de la sociedad. Por eso se intenta también, de formas contradictorias e infructuosas muchas veces, proteger a la familia de las presiones que ejerce sobre ella el mercado laboral y la falta de regulaciones legales de convivencia. Se reaviva también permanentemente el tema de la seguridad en los barrios, oscilando entre las soluciones puramente policiales y aquellas que buscan devolver los espacios públicos a los vecinos. Respecto al sistema educativo no podía ser menor la preocupación, haciéndose más fuerte la presión por asegurar un espacio de socialización libre de las presiones del sacrificio individual, tan presente en las demás dimensiones de la vida social.
Esta compleja crisis actual está inserta en la dialéctica propia del espacio social donde avanzan y retroceden fuerzas que pugnan entre sí, de formas a veces pacíficas y a veces violentas. No es un problema que tendrá pronta solución, como muchas veces deseamos, pero reflexionar y dialogar sobre ello es algo que no podemos dejar de hacer.
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